Un abrigo para los dioses
Al poco de llegar a Japón, encontré una estatua de piedra pequeña con un gorro de lana rojo. Luego otra. Y luego otra más con un babero. Se hicieron familiares a medida que visitaba más y más templos. En Miyajima, la isla pegada a Hiroshima, el templo Daisho-in tiene un jardín entero repleto de ellas. Paseando por la zona más solitaria de Fushimi Inari-Taisha, un monje me dio una explicación somera sobre su existencia: se llaman Jizo y su misión es ahuyentar a los demonios y proteger a los niños, a las mujeres embarazadas y a los viajeros o peregrinos. De ahí que haya tantos por los santuarios y templos, lugares de paso.
Pero… he dicho una mentirijilla: en realidad el monje añadió que las estatuas Jizo eran ofrendas a los bebés fallecidos y no nacidos. Igual te has quedado un poco *uf*, como yo en su momento, pero si lo piensas un poco, no debería angustiarte tanto. Una de cada tres mujeres sufre un aborto en nuestro país. Si en Japón pasa algo similar, lo lógico es que haya un ritual o una deidad protectora alrededor.

La excursión de hoy a Hida no Sato ha terminado desatando mi curiosidad. La Aldea Folclórica de Hida es un museo al aire libre formado por unas 30 casas rurales del periodo Edo (1603-1867) traídas de la Prefectura de Gifu. Hay viviendas (que se pueden visitar por dentro), talleres de oficios artesanos (como la seda o la madera con herramientas de exposición) o áreas de juegos para transportarte a la época. Más que “al aire libre”, me ha parecido un museo viviente porque puedes moverte y tocarlo todo.
La historia es que me he encontrado con seis estatuas Jizo y un cartel explicativo que decía: “Rokujizo. Estas son las Seis Estatuas de Jizo. En el budismo, cada una representa uno de los Seis Caminos de la Transmigración: Infierno, Hambre, Bestias, Carne, Humanos y Cielo”. Como la traducción simultánea tiene sus límites, hice una búsqueda rápida que me llevó a “los seis reinos de existencia de Buda”. Estos representan prisiones mentales que nos hacen sufrir.
La leyenda de Jizo Bosatsu muy, muuuy resumida
Total, que después de cenar he estado investigando sobre Jizo Bosatsu y su papel en la cosmovisión budista (me apetecía usarla y te animo a hacer lo mismo a partir de ahora). Es una deidad muy querida en Japón, China e India por su carácter benevolente. Por un lado, las estatuas Jizo suelen ser ofrendas de padres agradecidos cuyos hijos han superado una enfermedad. Por otro, también es venerado por padres de niños que no tuvieron la misma suerte.
La creencia budista contempla que al morir debemos cruzar el Sanzu o Río de las Tres Cruces para llegar al más allá y nos será más o menos sencillo en función de las buenas acciones que hayamos acumulado en vida. Se puede atravesar por un puente, un vado o aguas repletas de serpientes. Como los bebés fallecidos o los nonatos no han podido acumular buen karma, están atrapados en una especie de limbo e intentan cruzar el Sanzu juntando montones de piedritas para escalar la otra orilla. Por la noche, los demonios les asustan y destruyen su trabajo, condenándoles a repetir el proceso eternamente.
En algunas versiones, Jizo ahuyenta a los malos espíritus para que los niños completen sus hitos de piedras. En otras los esconde dentro de sus mangas y los lleva por sí mismo al cielo. Pero todas coinciden en un punto: Jizo no descansará hasta que vacíe los infiernos.
Las familias suelen tejer gorros a las estatuas para que no pasen frío en invierno y baberos para que no se manchen cuando reciban ofrendas de comida. ¡Me parece tan tierno! Imagina tejer una prenda calentita por si un dios tiene frío. Imagina querer hacer algo, por pequeño que sea, para ayudar a alguien con un cometido mayor. Quizá sea una tontería. O, quizá, esas ofrendas le den el coraje necesario para salvar a los niños día tras día.
Cuanto más leo, más ignorante me siento
¿No te pasa? Los seis reinos de Buda me recuerdan un poco a los pecados capitales y a los círculos del infierno de Dante. De pequeña pensaba que todas las religiones venían de una sola, de ahí que compartieran temas identitarios troncales, como la salvación y el castigo o el cielo y el infierno. Esos binarismos también están presentes en el budismo. Pero ojo, el budismo me parece una movida bastante más compleja. No podría resumirlo ni queriendo. Como suelo decir, me faltan lecturas.
Entre 2020 y 2021 leí El libro tibetano de la vida y la muerte de Sogyal Rinpoche. Era una época de tormentas emocionales y había fallecido mi abuelo, lo que había traído una ola de tristeza a mi casa. Además de su ausencia, yo cargaba con la mochila de estar lejos y para enterarme tarde, no llegar a tiempo al entierro, pensar mucho… Ese día salí a ver el atardecer. Me acuerdo bien.
Poco tiempo después fui a Vitoria a pasar unas semanas. Mi madre tenía el libro debajo de la mesa del salón. De hecho, se lo compré yo por petición suya (me costó un montón dar con la edición que quería). Lo vi. Sin más, empecé a leer. Todas las noches me sentaba en el salón con mi madre. Ella veía la tele y yo leía a su lado. El libro me esperó pacientemente varios años rodeado del ¡Hola! y Saber vivir.
El libro tibetano de la vida y la muerte es una revisión del tradicional libro tibetano de los muertos, una guía de instrucciones para los moribundos y los muertos que, según el budismo tántrico del Tíbet, permite alcanzar la iluminación durante el periodo inmediato posterior a la muerte, a fin de evitar renacer y volver al samsara. Esta creencia considera que la muerte dura 49 días, y después, te reencarnas.
De alguna manera, leerlo me ayudó a navegar las tempestades. Lo recomiendo sabiendo que no es una lectura fácil de digerir. Se acerca más a un libro de filosofía que a un ensayo.
Por cierto: hoy te escribo recién levantada y puede que cuando me leas esté en Toyama, una ciudad costera al otro lado de las montañas. Ya te contaré por qué. Tiene su historia.
¡Gracias por leer! 💌